A María Antonia Josefa Juana de Habsburgo-Lorena, María Antonieta para amigos y abundantes enemigos, la casaron con Luis XVI cuando tenía 14 años. ¡Qué iba a saber! Y perdió la cabeza (ejecutada en la guillotina) a 17 días de cumplir los 38. Le diseñaron la vida y por azares varios se la cortaron de raíz. Hoy, menos de tres siglos después, a los periodistas nos siguen marcando el camino empresarios vocacionales y advenedizos desembarcados en medios de comunicación, a quienes recibimos como agua de mayo cuando nos acogen y de quienes terminamos abjurando cuando nos despiden como si fuéramos apestados.
Recojo unas palabras de la escritora Ana Vega que definen la cruda realidad de quienes se quedan sin trabajo de un día para otro y de todos aquellos a quienes encontrarlo les cuesta la existencia, víctimas de la desesperación. Se pregunta: “¿Por qué nadie piensa en una vida en la que no es posible pagar el alquiler, no hay vacaciones, no hay dinero, ni esperanza, ni ilusión, ni domingos, ni fiestas, ni viajes?”. ¿En qué piensa el empresario periodístico que decide crecer, ampliar horizontes y la cuota de poder, pues, al fin y al cabo, quien tiene un periódico posee un bastón de mando? ¿Y quien tiene veintisiete? Multipliquen.
Prensa Ibérica, de Javier Moll, adquirió el Grupo Z y llevó oxígeno a los asfixiados pulmones no pocos trabajadores. Hasta que se instaló y empezó a aplicar la tabla rasa prevista desde las primeras negociaciones antes de la conquista. No ignoraba la duplicidad de cabeceras en algunas plazas cuando pergeñó la estrategia. Consumada la compra, turno para el rodillo: cierre de Levante Castelló –seis despidos, varias recolocaciones y alguna prejubilación- porque coincide con Mediterráneo; despidos en cadena en La Opinión de Murcia, La Opinión de Málaga y Súper Deporte (9 en cada medio, 27 en total).
La guillotina alcanzó a otros trabajadores en otras cabeceras del grupo venido a más. Todo sea por esa “sostenibilidad” a la que alude la empresa, más conocida por “desprotección”, según los sindicatos. Lo que viene a ser una putada de tamaño sideral que sufren los periodistas, lanzados sin paracaídas sobre esta selva al grito de “sálvese quien pueda”, como tantos y tantos trabajadores, que se quedan sin empleo, sin vacaciones, sin dinero para el alquiler o para la hipoteca o para la compra, sin esperanza, sin ilusión, sin domingos ni fiestas ni viajes. Sin más horizonte que la cola del paro. En cualquier caso, se trata de sobrevivir, que es lo que lleva haciendo esta profesión desde hace una docena de años, cuando la crisis enseñó la patita. Hay sectores que se recuperan; el inmobiliario, por ejemplo; el periodístico parece que está condenado al fuego eterno.
Julián Redondo
Presidente de la AEPD