Por Julián Redondo, presidente de la Asociación Española de la Prensa Deportiva.
Desbordaba todo lo concerniente a Maradona, y su muerte; en Mundo Deportivo me pidieron que escribiera del Madrid, que ganó en Milán al Inter (0-2) y enderezó su maltrecha clasificación en la Champions. Pero distanciarse de Maradona, y su muerte, abstraerse de Maradona, y su muerte, es imposible por varias razones. Las mías: me gusta el fútbol por encima de los colores y me deslumbraba el futbolista Maradona por encima del personaje Maradona.
El 30 de octubre de 1992 tenía concertada una entrevista con él en Sevilla. Ese día cumplía 32 años. El astro había quedado con varios periodistas representantes de medios de comunicación tan importantes como L’Equipe, La Gazzetta dello Sport o Antena3.
Supe que los había plantado mientras esperaba que terminara el entrenamiento de 45 minutos en el Sánchez Pizjuán. Mónica Sacripanti, gestora del encuentro, me miraba y encogía los hombros. Suspense. Junto a nosotros, aguardaban al mito una señora con su hijo de diez años y una tarta… Maradona salió del vestuario, nos vio, se distendió y después de apagar las velas y hacerse unas fotografías con el chaval, me regaló cerca de dos horas de su tiempo.
Durante tres días, el YA, que era mi periódico, explotó la exclusiva con tres entregas consecutivas. Éxito rotundo. No fue una entrevista vacía; el personaje, carismático, seductor, magnífico conversador, en las antípodas del “tópico” pelotero, me dio tanto juego como a sus compañeros de equipo cuando pisaba el pasto. Me regaló numerosos titulares, pero refresco esta frase, premonitoria, tal vez: “Llego a los 32 años con la experiencia de 45. Seguramente tengo esa edad”. Ha muerto al poco de cumplir los 60, si le añadimos las “plusvalías”, o “minusvalías”, de lo que ha vivido desde aquel 1992, concluiremos que en vivencias ha llegado a octogenario.
Maradona era una contradicción en sí mismo, compraba Rolex para lucir uno en cada muñeca como promocionaba la figura de Nicolás Maduro, adalid de la ruina venezolana. En sus noches sevillanas, el mito se recluía en La Casita, invitaba a media plantilla sevillista y él, en lugar de perderse en un reservado, prefería charlar con el dueño del garito hasta que amanecía. No tenía medida ni siquiera para elegir el entorno. Pero era Maradona, ¿el mejor futbolista de la historia? No los he visto a todos, pero apunta muy alto. ¿Mejor que Messi? Los admiradores de Leo dicen que “Messi es Maradona todos los días”.
Los argentinos veneran a Diego porque cuatro años después del revolcón de las Malvinas ganaron un Mundial de la mano de Maradona, su dios, tras dejar en la estacada a la pérfida Inglaterra con dos goles memorables, el que metió con el puño y el que logró después de dejar tirada a media selección inglesa. Argentina le venera porque la redimió como país; Messi todavía no ha conseguido que se sientan orgullosos. Con fútbol interestelar, su arte celestial y sus boludeces terrenales, Maradona descansa en paz. ¿Por fin? Quién sabe. Se lo estaba buscando.