La Gala Nacional del Deporte se traslada este año a Teruel. La edición número XL de la fiesta del deporte del deporte en España visita la capital menos poblada del país. Poco más de 35.000 personas conviven en las calles de una población plagada de encantos. La Ciudad del Amor ofrece alternativas arquitectónicas, festivas y de ocio que nadie se puede perder.
Teruel es conocida mundialmente por la historia de sus amantes. En 1212 comenzó la historia de amor más bella jamás contada. Juan Diego de Marcilla, hijo segundón, e Isabel de Segura vivieron un amor imposible que terminó de forma trágica cinco años después. A día de hoy cada mes de febrero la ciudad se engalana al modo medieval para revivir durante cuatro intensas jornadas aquella historia.
La Fundación Bodas de Isabel y la Federación de Grupos se encargan de ofertar un amplio programa de actividades y escenas teatrales que recogen fielmente la vida de la sociedad de la época, así como también la historia vivida por una pareja que murió por amor. “Un beso dame, Isabel. Me muero si no me besas”. “No puedo dártelo Juan, aunque gustosa lo diera pues fidelidad de esposa a otro hombre me encadena”, escribía el poeta turolense Gregorio A. Gómez en su Romance del Ciego con el que cada año se despide esta celebración.
Si la Fundación Bodas de Isabel se encarga de llevar a la calle cada mes de febrero la historia de Diego e Isabel, la Fundación Amantes alberga las figuras de ambos. En el Mausoleo se ubica la escultura realizada por Juan de Ávalos donde las manos de ambas figuras nunca llegan a tocarse. Esta escultura de alabastro acoge en su interior las momias descubiertas en 1555 enterradas en la capilla de San Cosme y San Damián.
Junto al edificio se sitúa la iglesia de San Pedro. De nave única y de estilo modernista-neomudéjar la policromía de su techo otorga al espacio una belleza inusual. Teruel es el punto central del arte mudéjar, fruto de la fusión de elementos árabes y cristianos. Declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en 1986, recoge el legado que dejaron los musulmanes que permanecieron viviendo en territorio reconquistado por los cristianos. El paso del tiempo no impide que cuatro torres se mantengan erguidas luciendo todos sus encantos.
San Pedro San Martín, la Torre de la Catedral y El Salvador muestran casi ocho siglos después todo su esplendor. Las diferencias en el tono verde que lucen los ladrillos de sus fachadas marcan su menor o mayor antigüedad. Formadas por dos estructuras diferentes, una envolviendo a la otra, de todas ellas El Salvador es la única que admite visitas en la actualidad. Un total de 119 escaleras permiten el acceso hasta su parte superior donde se encuentra el campanario y desde donde se disfruta de una excelente panorámica de la capital.
Punto y aparte merece la catedral. Dedicada a la advocación de Santa María de la Mediavilla en 1342 fue declarada colegiata y doscientos años después ascendida a Catedral. En su exterior destacan el cimborrio y la propia torre, si bien sus maravillas principales se observan en su interior. El altar mayor cuenta con un retablo de gran valor artístico. De estilo plateresco es obra de Gabriel Yoli. Pero quizá para disfrutar de su mayor tesoro los visitantes de este monumento ubicado en pleno centro de la ciudad haya que fijar la vista en su techumbre. El artesonado que recubre su parte superior está considerado como la ‘Capilla Sixtina’ del arte mudéjar. Distribuida en celdas su decoración recoge tanto motivos vegetales, geométricos o epigráficos. Además igualmente pueden observarse una amalgama de personajes que reflejan fielmente la sociedad de la época medieval.
Además de la Edad Media perduran todavía otras maravillas. El acueducto de Los Arcos nació para mejorar la traída de aguas a la ciudad. Asimismo permanecen visibles varios paños de la antigua muralla que la rodeaba, algunos de los cuales son visitables en la actualidad.
Pero la ciudad no es solo mudéjar. A principios del siglo XX Teruel no permaneció indiferente al empuje del Modernismo. De su presencia quedan reflejos im- portantes. La antigua escuela del Arrabal, la fachada del Asilo, la Ermita de la Virgen del Carmen, o la iglesia del Salvador, en el barrio pedáneo de Villaspesa son tan solo algunos de ellos. Aunque varios de los más llamativos se ubiquen en los alrededores de la Plaza de Carlos Castel, conocida popularmente como la del Torico, punto neurálgico sobre el que gira la actividad diaria de la capital. Pablo Monguió aventajado discípulo de Antoni Gaudí fue arquitecto municipal durante alrededor de 25 años. De su amplia y destacada labor dan fe edificios como las casas de Ferrán, la Madrileña, la de Bayo o la del Torico.
De esa misma época es la Escalinata que comunica el reformado paseo del Óvalo con la estación del tren. Obra del arquitecto José Torán embellece la entrada a la ciudad para aquellos escasos viajeros que se acercan en los pocos servicios de tren que cada día llegan hasta la capital.
PLAZA DEL TORICO
La vida en la capital turolense gira en torno a la plaza del Torico. De nombre oficial Plaza de Carlos Castel este espacio triangular es punto de reunión de una gran parte de la actividad social y económica de la ciudad. Allí confluyen varias calles. Por su base viene la calle San Juan e igualmente se asciende desde el paseo del Óvalo. A sus lados, por uno desembocan los caminos que proceden del Ayuntamiento y la Catedral. Mientras que por el otro se asciende hasta el Mausoleo. En su vértice superior surge la calle del Tozal. Sin embargo su punto de referencia sigue siendo la pequeña escultura de un toro subido en un pedestal. La estructura se ubica en el punto donde cuenta la leyenda que comenzó la historia de la ciudad. El punto donde se juntaron la estrella y el toro.
Los turistas cuando ven por primera vez la imagen se fijan en el reducido tamaño del animal, de apenas 36 centímetros de longitud en los que se reparten sus 50 kilos de peso. La afirmación es recurrente. “Que pequeño es!”, suelen exclamar. La respuesta de los turolenses tampoco se suele hacer de rogar. “Pero tiene unos güe…”.
Más allá del casco histórico
Pero la vida de la ciudad no se ciñe tan solo a su Centro Histórico. El Tren Turístico recorre muchas de sus calles y enseña imágenes que en otros casos pasa- rían desapercibidas para los visitantes. Sus calles se dividen en dos partes muy diferenciadas. El Centro Histórico y la zona moderna se comunican a través de dos viaductos. El más moderno comenzó su vida a mediados de los años noventa. Junto a él luce orgulloso el construido en 1929 por Fernando Hué, en su día facilitó la expansión de la ciudad hacia el sur.
Teruel también es la sede central de Territorio Dinópolis. Ciencia y diversión conviven en su interior. Si la Fundación se encarga del trabajo divulgativo sobre las maravillas que permanecen ocultas desde hace 4.500 millones de años a lo largo de toda la provincia, en el museo puedes disfrutar de piezas tanto originales como reconstruidas de aquellos animales que poblaban todo su territorio. Además su recorrido se completa como un auténtico parque de ocio con numerosas atracciones que hacen la visita de los más atractiva, tanto para mayores como para los más pequeños.
Durante el año en Teruel se reparten también varios periodos festivos. Comenzando por la celebración de las propias Bodas de Isabel, durante el mes de febrero, pasando por la Semana Santa, declarada de Interés Turístico Nacional, y donde el sonido de los tambores acompaña cada paso procesional. Pero donde más se ven reflejados sus habitantes es en las Fiestas de Las Vaquilla el Ángel. A lo largo de 56 horas la ciudad se viste de blanco en los primeros días del mes de julio para vivir en la calle al son de la música que ofrecen las 21 peñas que se reparten por la ciudad.
Una provincia llena de alicientes
Teruel no es solo su capital. Si la ciudad es la más pequeña del país, la provincia es la segunda más despoblada del ranking, tan solo superada por Soria. Sus casi 15.000 kilómetros cuadrados acogen a poco más de 133.000 personas, según el censo del 1 de enero de 2019. Alrededor de 9 habitantes por kilómetro cuadrado. Albarracín está considerado como uno de los pueblos más bonitos de España. Capital de la sierra del mismo nombre se encuentra rodeado de otros municipios, como Griegos, Orihuela del Tremedal, Guadalaviar, Bronchales, Frías o Rodenas que nunca dejan de sorprender. Cualquier viaje a la provincia debe recoger una parada para disfrutar de toda la comarca de Gúdar-Javalambre. Allí se ubican las dos estaciones de esquí situadas más al este del país.
Valdelinares y Javalambre se convierten en el punto de aprendizaje para los esquiadores no solo de la propia provincia, si no también para aquellos llegados desde el Levante. El verano también es momento para disfrutar de pueblos como Rubielos de Mora, Mora de Rubielos o Alcalá de la Selva, que no pueden faltar en los recorridos. Tampoco se puede que olvidar el cielo de Teruel. Precisamente en esta misa comarca se instala el Observatorio Astrofísico de Javalambre, en Arcos de las Salinas. La limpieza y luminosidad del entorno permiten disfrutar con deleite de las maravillas de las estrellas.
El Bajo Aragón ocupa la otra gran mitad de la provincia. Alcañiz es su capital y además es la sede del circuito de Motorland. Esta instalación tomó el relevo del circuito Guadalupe, trazado urbano que durante muchos años acogió el Premio Ciudad de Alcañiz de automovilismo. Tras la puesta en funcionamiento de la nueva ciudad del motor, cientos de miles de personas visitan anualmente la población. Esta parte de la provincia también es reconocida por su peculiar Semana Santa. El sonido de bombos y tambores es su principal característica y la Ruta del Tambor y el Bombo se encarga de su difusión.
Las visitas deben dejar un hueco también para disfrutar de su gastronomía. Con el jamón de denominación de origen como referente, muchos otros productos sin igual le acompañan sobre la mesa. Desde el Bajo Aragón llega tanto el aceite, como el melocotón de Calanda. Este último cultivado en amplias extensiones de terreno ubicados en la lo- calidad donde Luis Buñuel vino al mundo. Igualmente hay que disfrutar del azafrán del Jiloca. Y como no, de la trufa de Sarrión. Este pequeño municipio se ha convertido en el primer productor mundial de este codiciado hongo. Junto a todo ello hay que resaltar también el ternasco de Aragón.