
Crece la presión para que haya público en los partidos de fútbol. Hace dos semanas había dudas sobre la reanudación del campeonato y en vísperas del comienzo se alzan voces para abrir las puertas de los estadios. ¿Estamos locos? En los últimos quince días, los contagios en onomásticas y celebraciones varias han sido más noticia que Neymar. El repunte generalizado es un hecho. Hay riesgo. El bicho está ahí y darle la espalda es una estupidez. Bajar la guardia es olvidar que en tres meses ha segado la vida de 30.000 personas en España. Ignorar que una tercera parte de los sanitarios se ha infectado en la primera batalla y que estos profesionales difícilmente van a soportar una segunda carga es de mentecatos. Tan cierto como que sin el calor del público el fútbol pierde la gracia; pero, aunque desangelado por esa tara, puede sobrevivir.
A Javier Tebas le gustaría ver gente en la grada, “cuando se pueda”, y discrepa de la equidad, del todos o ninguno, que sugiere el Gobierno. Choca que para acreditar a 30 periodistas en recintos al aire libre con miles y miles de asientos vacíos se haya tenido que pelear por cada plaza, y ocupar la tercera parte del aforo con miles y miles de aficionados sea menos arriesgado que una fiesta de cumpleaños. Carece de lógica elaborar un meticuloso protocolo y extremar las precauciones para la acreditación de una treintena de medios y abrir las puertas a los seguidores. Si la mina de oro es la televisión, por qué arriesgar con la calderilla de las entradas. Aplazar la presencia del aficionado hasta que el riesgo sea cero no es despreciarlo sino velar por su salud. Conviene no olvidar que el partido con el coronavirus es a vida o muerte y no está ganado. Hay prórroga.
Artículo de opinión publicado hoy, jueves 11 de junio, en Mundo Deportivo.