«Mi tía, la diáspora y la pandemia», por Julián Redondo

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Con la casa a cuestas, Juan y Dolores fueron de un pueblo a otro, siguiendo las vías del tren que él ayudaba a construir. De la comarca del Maestrazgo a la de Matarraña; de Castellote a Torre del Compte antes de consumar la diáspora y de contribuir, por una cuestión tan prosaica como el trabajo, al vaciado de Teruel. Con siete hijos, dejaron atrás las ruinas del castillo templario de Castellote y el paisaje de cerezos y melocotoneros de Torre del Compte, donde nació mi tía.

 

 

Éxodo involuntario marcado por la compañía donde el señor Juan prestaba sus servicios, y así, en el tránsito de esa posguerra calamitosa, llegaron desde su querido y siempre añorado Teruel a las inmediaciones de Madrid con los enseres justos, la nostalgia desbordada y los recuerdos a flor de piel.

 

 

Mi tía, Lola, la menor de los siete hermanos, volvió de visita a su pueblo hace un lustro, antes del ictus, latigazo al que sobrevive con 93 años y voluntad aragonesa. El censo de Castellote, que a principios del siglo XX superaba los 2.000 habitantes, hoy apenas llega a los 700 vecinos y Torre del Compte se queda lejos de los doscientos. En el último tercio del siglo pasado, una parte de España empezaba a vaciarse por algo parecido a una agónica revolución industrial; era el síntoma de un grave movimiento migratorio, consecuencia de los que hubo cuando los grandes núcleos urbanos propiciaron su expansión con llamativas bolsas de trabajo. Hoy ya no es una señal sino un hecho que hay una España vaciada y urge ponerle remedio, incluso en medio de esta pandemia que abrió el paréntesis a finales de febrero de 2020 y más de un año después aún no lo ha cerrado. Postergó la Gala Nacional del Deporte en Teruel, pero no la ha desterrado. Ahí estamos, supervivientes entre olas de variantes covid; humanos minúsculos que crujimos como ramas secas cuando el viento nos agita. No somos nadie y lo somos todo.

 

 

Más allá de las tertulias, radiofónicas o televisivas, más allá de las crónicas, los reportajes o las opiniones, más allá de las redes sociales, de internet o de los medios de comunicación tradicionales, y más allá de los miles de muertos que esta plaga del demonio no deja de sumar, desde la AEPD los periodistas deportivos hemos decidido tomar partido y hacernos eco de un problema mayúsculo que, como el cambio climático, nos afecta a todos. Un punto de partida es Teruel, paradigma del olvido administrativo y de tantos otros olvidos que desgraciadamente no remueven todas las conciencias. Con la celebración de la Gala Nacional del Deporte y nuestro congreso, apoyados por la alcaldesa Emma Buj y su ayuntamiento, por el Gobierno de Aragón, la Diputación Provincial y otros distinguidos colaboradores, la cara solidaria de nuestra sociedad sale al rescate… Con el protocolo covid en vanguardia, la mascarilla en el rostro y la distancia social establecida.

 

 

Los Amantes, el Torico, la Torre del Salvador, Teruel capital y provincia serán la antorcha de las grandes estrellas del deporte, que se citan en esta ciudad para recuperar buenas sensaciones y gran parte de la normalidad perdida. Volvemos a empezar. Compartiremos brillo con esta tierra legendaria, con su gente y el recuerdo imborrable en la nostálgica sonrisa de Lola, superviviente de una guerra, de la miseria de la posguerra y de una terrible pandemia que nadie, y menos nuestros mayores, labradores de la democracia, merece.

 

 

Julián Redondo, presidente de la Asociación Española de la Prensa Deportiva.

 

 

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